Sunday, October 21, 2012

Love is love

Supongo que muchos de los ateos que no nacieron ateos, como yo, han estado muy enojados en algún punto. Pero ser un ateo enojado es prácticamente tan malo como ser un creyente. Ambos son un juzgón desdichado.
Afortunadamente, la maduración activa de mi ateísmo me ha ido transformando en una persona cada vez más libre y emocionalmente sana. Así como la percepción de la presencia de un ente divino ha consolado y enriquecido a algunos buenos amigos (bien por ellos), la contundente certidumbre de su ausencia me ha liberado a mí de toda clase de miedos, culpas, deseos reprimidos y prejuicios.
Y hablando de prejuicios, hay uno que me satisface particularmente haber suprimido de mi repertorio: la homofobia.
Nunca tuve motivos para odiar a los gays. Cuando aprendí a odiarlos, no había conocido a uno sólo (que yo supiera). Nunca les había dedicado una reflexión moral. Es más, ni siquiera estaba en edad para determinar mi propia orientación sexual. Pero como a muchos o tal vez todos los homofóbicos, fue parte del paquete: aprende a caminar, aprende a hablar, aprende a despreciar a los gays.
Y así como no se espera ni se teme que olvides el español o pierdas la noción de cómo caminar, tampoco se prevé un momento de cambiar tu opinión sobre los "hombres que se acuestan con hombres". Así de intrínseco era para mí.
Ya en la adolescencia, defendí con elocuencia la postura anti-homosexual, convencida más allá de la razón por una serie de argumentos que en realidad sólo vinieron a reforzar una bien acomodada creencia. En otras palabras, ya sabía que ser gay estaba mal. Sólo fui aprendiendo por qué y por qué más.
Hoy recuerdo aquellos años y no me martirizo. ¿Qué culpa tenía yo? A mi no se me ocurrió odiarlos, y muy afortunadamente, sí se me vino a ocurrir dejar de odiarlos.
Cuando dios, con todo su montón de necedades, desaparece de la ecuación, se derrumba el único sustento de mi tonto prejuicio. Estaba mal porque él decía que estaba mal. Pero si él nunca existió, entonces nunca dijo eso. ¿Y por qué lo hubiera dicho, para empezar?
A partir de ese día, tuve el gusto de conocer muchos homosexuales, magníficas personas. Con agrado fui entendiendo su cultura y sus luchas. Fui confraternizando con su causa y hoy me declaro decididamente a favor de los derechos de todos mis hermanos LGBTTTI. No sólo los acepto; los estimo y los defiendo. Y me deleito ideando qué introducir en el espacio libre que me quedó en el corazón después de haber desterrado ese apestoso prejuicio.
Gracias por no existir, dios. Los gays y yo te lo agradecemos.
- Lux

Gracias Dios, pero no gracias

Hoy me siento feliz. Son las 3 de la mañana y he tenido una noche magnífica, antecedida de un par de días de libertad y plenitud emocional y espiritual. Aún siento la mente algo atolondrada, mermada por la falta de actividad creativa y el exceso de preocupaciones cotidianas, pero rápidamente la paz de este retiro egocéntrico me va sanando de punta a punta.
Meditando en los motivos del extático estado emocional en el que caigo cada vez más frecuentemente desde hace dos años, es obvio que el motivo subyacente a todas las riquezas de mi nueva vida es mi recién abandonada fe. Y he concluido que es la mejor decisión que he tomado en mi existencia.
En honor, pues, a tan acertado giro en mi vida, se me viene antojando iniciar este blog, dedicado a todos los sabios ateos que con conocimiento de causa deciden vivir libres de las ataduras de la creencia en Don Dios.
¡Enhorabuena gente perspicaz!
- Lux